El valor de la Confianza

Hasta qué punto los humanos podemos llegar a desvalorizar la confianza regalada por otro ser con tal de conseguir saciar nuestros «caprichos».

Muchos son los caballos que me han regalado su confianza hasta tal punto de haber podido introducirlos a la monta si hubiese querido. Me habrían dejado subirme encima de su lomo, colocarles la silla y un sin fin de arreos que los humanos hemos inventado para dominar a la bestia (Efectos de la Embocadura) .

Yo sin prisa pero sin pausa podría haberlos encaminado a hacer cosas que ellos no comprenderían nunca, pero lo harían por una caricia, un premio o porque aún confían en mí. Poco a poco los conduciría hacia un camino sin retorno, donde yo daría las directrices y él simplemente obedecería sin saber muy bien cómo habría llegado hasta esa indefensión (la realidad de las «nuevas domas responsables»).

Lamentablemente, pensar en esta situación me lleva a plantearme en qué me convertiría si yo le pidiera a mi mejor amigo que se vendiera a mis caprichos para «hacerme feliz» y saciar mis necesidades/ carencias. Que hiciera por mí algo que, no solo no esta dentro de su naturaleza, sino que sé a la larga no le haría ningún bien ni en su físico ni en su psique ya que al final en la monta siempre termina habiendo uno que manda y otro que obedece.

No podría evitar sentir una sensación de TRAICIÓN hacia su confianza, su amistad y una una profunda desvaloración del tiempo regalado para forjar nuestra amistad. Conseguir una relación sólida, equitativa y mediante un proceso natural, sin presiones, para llegar un día y demostrar que todo por lo que hemos trabajado lo único que buscaba era utilizarlo para saciar un capricho.

Es triste no ser capaz de darse cuenta que el camino recorrido y el aprendizaje mutuo son hechos infinitamente más valiosos que el hecho de conseguir ponerle una silla, unas riendas, cual moto o coche de lujo se tratase, y darme una vuelta con el ego hinchado de orgullo por conseguir tal hazaña sin que el otro ni siquiera se percatara de la indefensión en la que ha caído. Yo por mi parte me sentiré «libre», «fuerte», «superior» desde ahí arriba, saciaré mi necesidad de aprobación por una élite, saciaré mi adicción a los procesos químicos generados en mi cerebro como un «yonki» de las hormonas.

Las mismas sustancias las podemos conseguir sin necesidad de utilizar a otros seres sintientes. (Más info: Cómo generar endorfina y serotonina de forma natural)

Diferente es cuando tratamos con otros seres vivos que sienten, padecen, tienen su propio mapa mental del mundo y de lo que les rodea. Parecemos niños caprichosos, «malcriados», que siempre lo han tenido todo y no saben más que pedir más y más porque lamentablemente, no somos capaces de ser felices con lo que tenemos, pensando que la felicidad está en lo que NO TENEMOS pero nos PERTENECE POR DERECHO DIVINO.

Con estas palabras no pretendo juzgar, puesto que yo durante muchos años he caído en la trampa del Ego y la «adicción» a las actividades ecuestres: sé lo que se siente y experimenta en montar a caballo, sé lo que es estar ahí arriba y creer que tienes el «control de la bestia». Pero también he aprendido a darme cuenta que todas esas sensaciones eran falsas ilusiones de lo que realmente faltaba en mí; mayor amor propio, más autoestima y que montar y dominar a la bestia por un rato no me iba a dar la seguridad que necesitaba en mi día a día, que esa seguridad hay que entrenarla desde otra perspectiva, fuera del mundo romántico de lo ecuestre.

Pretendo con estas palabras hacer un llamamiento a la REFLEXIÓN, a que cada uno desde su lugar en el mundo traiga a consciencia sus actos (somos lo que hacemos) y se cuestione el por qué de cada uno de ellos, desde su lado más profundo: qué esconden, qué nos están queriendo decir, qué señales nos están enviando, qué no estamos escuchando.

No somos autómatas, somos seres conscientes, curiosos, jóvenes en este mundo (los animales llevan millones de años de evolución por delante de nuestra especie en su forma actual viviendo en el planeta), con grandes capacidades cognitivas, seres sensibles y sintientes que también sufren, padecen, se alegran, gozan y cada uno con su propio mapa mental del mundo.

El caballo lleva 1,8 millones de años, y nosotros 500.000 años. Fuente: Evolución del caballo + Evolución del hombre.

No somos diferentes a ellos ni ellos a nosotros. Somo mucho más iguales de lo nos hacen creer y está en nosotros aprender a descubrirlos como realmente son, a saber valorar sus similitudes y sus diferencias, a respetarlas y a aceptarlas sin mentiras, sin engaños, sin máscaras, sin falsas expectativas, dejándolos ser libres para expresarse, para ser ellos mismos y mostrándonos todo lo que el «ruido» externo no nos deja ver, descubrir y disfrutar.

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